Entidades de la Iglesia en Valencia, como parroquias, congregaciones religiosas y asociaciones, han reforzado el reparto de alimentos productos básicos de primera necesidad en las llamadas «colas del hambre», como consecuencia de la crisis económica derivada de la pandemia del coronavirus.

«La pobreza y la escasez, siempre ha existido pero las dificultades por la crisis sanitaria están agudizando muchas situaciones», según expresan sus portavoces.

Entre otras entidades que han redoblado esfuerzos, figura la Asociación Amigos de San Antonio, que continúa con el legado que dejó el religioso capuchino Fray Conrado, fallecido hace ya 5 años.

En el convento de los capuchinos de Valencia, en la céntrica calle Cirilo Amorós, la Asociación Amigos de San Antonio entrega, todos los martes primeros de mes, alimentos a unas 200 personas.

Antes de las 15 horas, cuando empieza el reparto, ya se acercan personas necesitadas con sus carros de la compra y se van poniendo unos detrás de otros, muchos de ellos se conocen y se saludan.

Varias mujeres mayores recogen productos básicos en el convento de capuchinos
Varias mujeres mayores recogen productos básicos en el convento de capuchinos – ABC

Feli Martínez, la voluntaria que está en la puerta, les pregunta cómo están, mientras otros voluntarios van llenando sus carro con frutas, patatas, pollo y carnes, leche, aceite, legumbres, zumo, yogures y alimentos no perecederos.

Una de las personas que hace las «colas del hambre» es Pili, tiene 52 años y es soltera. Ha vivido siempre con sus padres hasta que estos fallecieron y se mantiene gracias a la pensión que le ha quedado. «Yo me administro la comida para que me dure, pero a veces tengo que pedir a mis hermanas», explica. Igualmente, Raquel, que vive en el Cabanyal, de 38 años y cinco hijos de 16, 15, 14, 10 y 9 años, acude al convento a por ayuda.

Este reparto de alimentos lleva haciéndose desde hace más de 20 años, aunque en los últimos tiempos la Asociación Amigos de San Antonio ha registrado «más peticiones y mucha más gente española».

Hay personas que esperan a que se acabe la cola para pedir alimentos. No están en los listados de la asociación, ni tienen cartilla, ni un número asignado, ya que la entrega de papeles se hace una vez al año, en noviembre, pero igualmente necesitan ayuda para comer.

Como Rosa que tiene 70 años y dos hijos solteros de cuarenta y tantos viviendo con ella. «Somos muchos los que esperamos a que termine la cola para que nos den lo que quede. Yo ya he llegado al límite», dice Rosa, mientras nos enseña los papeles de su pensión que asciende a 295,26 euros. Aun así no pierde su sentido del humor. «Me he quitado el colesterol andando», dice riendo cuando nos cuenta que vive en Mislata.

«La situación está muy delicada», confirma Fernando Sánchez , el presidente de la asociación, que asegura que permanecen fieles al espíritu de su fundador de «no negarle la comida a nadie».